Los que ya no tenemos cabeza .. ojo lo que decimos

por catolo Sáb 05 Nov 2011, 12:52 pm

Tomado de www.estrelladigital.es

Apenas la conocía personalmente. Nos presentaron amigos comunes y, después de tomar unas cervezas, nos intercambiamos emails y no nos volvimos a ver porque ella vivía en otra ciudad.

Un día me mandó un email no recuerdo con qué motivo. Creo que había visto un libro mío o había oído algo sobre mí. No lo recuerdo. Yo le contesté y, lo que parecía que iba a ser un cambio de correos de cortesía, pasó a ser un correo cada semana y, después, a ser cada dos días y, luego, diario.

Al principio, formales o divertidos. Más tarde sólo divertidos y, días después, todos con cierta picardía… Nos reíamos con las palabras de doble sentido. Hasta que un día me mandó una foto ligera de ropa. Casi desnuda. Muy sugerente…

Yo, que siempre he tenido poca sensibilidad en estos temas, le devolví una foto con mi pene en toda su plenitud. Tardó en contestarme dos días. Supongo que no esperaría algo así. Pensé que se habría enfadado y que, posiblemente, la habría perdido. Pero ni se había enfadado ni la había perdido.

A los dos días, me contestó y me adjuntó una foto totalmente desnuda. De espalda. Parecida a la de Scarlett Johansson. Estaba hermosísima…

A partir de aquel momento, vivimos un romance maravilloso a través de la red. Lo mezclábamos todo. Música, literatura y conocimiento personal con el sexo. Sexo virtual pero total. Nos mostrábamos desnudos. Nos observábamos. Nos masturbábamos de todas las maneras posibles. Era una gozada… En cuanto nos encontrábamos solos, encendíamos las cams y nos lanzábamos a ese sexo telemático y divertido.

Un día me dijo que volvía a Madrid a pasar unos días y que le gustaría verme… Yo le dije que iría a buscarla a la estación del tren.

Y en efecto, fui a buscarla a la estación. Nos saludamos un tanto, protocolariamente. Sin más. Habíamos tenido una relación tórrida por internet pero, cuando estuvimos uno frente al otro, apenas nos dimos un beso en cada mejilla y apenas hablamos camino del coche mientras le ayudaba a llevar la maleta. Nos montamos en él y le pregunté que a dónde la llevaba. Me contestó que a un hotel donde había reservado habitación.

Pero en el primer semáforo en el que paramos, me puso una mano en un muslo… Yo la miré y sonreí… Fue suficiente. Era la señal. Me cogió la cara entre sus manos y me besó apasionadamente. No sé el tiempo que estuvimos besándonos. Sólo recuerdo que un claxon nos separó y yo arranqué como pude. Pero ahí no había terminado el ataque.
Mientras yo conducía, ella me desabrochó la bragueta y sacó mi pene. No estaba erecto pero no le importaba. Sólo me dijo que quería verlo. Se agachó y lo besó. Ella actuaba como si nada. Yo, en cambio, estaba muy cortado. Estaba seguro de que nos veían. Sobre todo desde los autobuses. A ella le daba igual. Y así siguió hasta que llegamos al hotel aunque yo en ningún momento entré en erección.

Cuando detuve el coche me soltó. Aparqué y cogimos las maletas. Hicimos los trámites de admisión y nos dirigimos a su habitación. Yo respiré. Pero por poco tiempo. En cuanto entramos en el ascensor volvió sobre mi bragueta, sacó mi pene, se agachó y lo introdujo en su boca. Ahí sí reaccioné. Es más, ese era uno de mis sueños eróticos. Que una mujer introduzca mi pene flácido en su boca y ahí crezca me pone muchísimo. Tanto que no habríamos llegado al primero cuando ya daba el tono total.

Cuando llegamos al décimo piso yo ya estaba a punto de llegar al orgasmo… El morbo que me producía estar en el ascensor en aquella situación me desbordaba. Al parar el ascensor, creo que en el décimo, yo no sabía si esperar a que terminara o salir rápidamente hasta la habitación. Dudé. Ella, no. Paró. Se levantó y abrió la puerta. Yo estaba en todo lo alto y no sabía qué hacer. Guardé como pude mi pene debido al tamaño y la seguí.

Entramos en la habitación y, en cuanto cerró la puerta, se echó al suelo. Se puso a cuatro patitas y se subió la falda del trasero. No llevaba bragas y me incitó a que la montase moviendo su trasero a un lado y a otro y reculando para buscarme. Como no me había cerrado siquiera la bragueta, saqué de nuevo mi poderío y allí mismo la penetré hasta el final.

Al terminar, yo me quedé sentado en el suelo mientras ella entraba al cuarto de baño a lavarse. Y, cuando pude hablar, le pregunté sobre aquella pasión sexual tan desatada que me había mostrado desde que llegó.

Ella sonrió y me contestó que era, exactamente, la que yo le había contado en un email que quería hacer cuando nos viéramos en persona.

No tengo ya cabeza para nada…